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Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

lunes, 11 de julio de 2011

Finalmente, La Habana II


En nuestros paseos por la Habana, en alguna ocasión nos disfrazamos de turistas y cumplimos con la tradición que, todo turista que se precie, ha de tener en su haber de "Cosas que he hecho en la Habana".


Comer langosta. ¿Y dónde mejor en en el Barrio Chino?


Este Barrio surgió en 1874 con la oleada de emigrantes chinos asentados en la Habana. Abarca nada menos que diez manzanas. Cocina autóctona y chino-cubana.

A nosotros nos gustó. La langosta la tomamos en dos variedades. Ensaladas y cerveza del "Ciego Montero" para acompañar. Pagado en pesos, que no en dólares, con la consiguiente ventaja que ello nos supone.

Pues claro que nos gustó hacer de turistas por un rato. De hecho, repetimos.

Y llegados a este punto, recordando nuestra estancia en la Habana, yo me hago la siguiente pregunta: De todo lo que vimos, de todos los lugares en los que estuve en esta semana larga.



 ¿Cuál fue el que más nos gusto y merece estar en nuestro especial podio habanero?

Un lugar que tiene un sugerente nombre, que te hace mover los pies al ritmo de la música afro-cubana.

Tal lugar se conoce como "El Callejón de Hamel" 







 El callejón de Hamel se encuentra en la Barriada de Cayo Hueso. Lugar turístico sí, pero vale la pena visitarlo.

Primero porque se hace música en directo. Música afro-cubana, vinculada a los ritos santeros de origen "yoruba", no por desconocidos para nosotros, menos interesantes.

También el lugar vale la pena por sí mismo y su estética.


Un inmenso mural se extiende sobre la calle. Una explosión de color y poesía.


Una especie de "exposición abierta" con la pintura de Salvador González.




El espacio se encuentra cubierto de dioses, orishas, aves, diablillos, flores tropicales y toda clase de símbolos en una rica policromía en la que predomina el color rojo, como tributo a Sangho (Dios de la guerra en la religión yoruba).

Tomo la información prestada en cuanto al significado de los símbolos. Lo que sí hicimos fue detenernos a leer los poemas estampados en el muro, verdaderas sentencias sobre la vida y la muerte.




Toda una ofrenda social a la comunidad para la que se dirige.

Todos los domingos, grupos de danza y músicos ofrecen su arte en este lugar, que presume de tener cabida para cualquier manifestación artística.



Y llegados a este punto, nos vamos despidiendo ya de la Habana, cumpliendo en este blog una cuenta pendiente, con este ya algo lejano viaje a Cuba.





Recordamos los rincones que más nos gustaron.


No nos pasó desapercibido este edificio con solera:  Biblioteca en Centro Habana, que tampoco es hablar de un lugar cualquiera ¿no?




Y aunque muy amigos de monumentos no es que seamos, ahí va un recuerdo fotográfico (aunque sólo sea porque pasamos muchas veces por él) al erigido en honor a las Víctimas del Maine, frente al Hotel Nacional.

Construido en 1926, recuerda a los marinos que murieron en la Habana a bordo de un barco estadounidense, estacionado en la bahía, que explosionó en 1898.

El hecho originó la intervención de EEUU en la guerra de la independencia cubana.




A nosotros, por razones sentimentales, que no patrióticas, nos gustó mucho encontrarnos con este monumento a Don Quijote, nuestro tan querido personaje, envuelto en su locura y tan bien representado en ella en esta singular estatua.


La encontramos, por casualidad, en un pequeño parque, que luego nos enteramos de que es conocido como "El parque de Don Quijote"


Quijote y Rocinante, flacos y desgarbados uno y otro.

Integrados en literatura y espíritu en el alma nacional cubana que, como la española, tanto sabe de sueños y de locuras.



Un recuerdo para nuestro paseo favorito.


Nos gustó pasear muchas veces junto al Malecón

La clásica postal. El punto de encuentro y de la rutina.


Referencia permanente para todo aquel que visita la Habana y, muy especialmente, para los exploradores solitarios de la ciudad.

Todos los caminos en la Habana pasarán por el largo Malecón, que la recorre de Norte a Sur.



Nos despedimos con nostalgia de las amplias avenidas habaneras, en las que a veces nos perdimos buscando este o aquel lugar y terminamos en el contrario.


Con una cierta sensación de ejercicio incompleto. De no haber podido llegar a comprender demasiado este contradictorio país, lleno de imágenes confusas que van desde a la Cuba estereotipada del "Floridita" o la "Bodeguita del Medio", paraíso del turista de paso, que se deja llevar y ni pregunta ni se pregunta.


Hasta aquellas que nos llevan al pleno ejercicio revolucionario de la población.

Como aquella manifestación anti-sistema que dejó paralizada la Habana en una de nuestras jornadas, en la que otra cosa no pudimos hacer, salvo asistir al espectáculo.





Mezclados entre el público, en un peculiar puesto de observación, participamos de la fiesta revolucionaria, sin saber demasiado (ni interesarnos en ello, la verdad) cuáles eran los lemas o las consignas, que debíamos aprender.



Buscando, una vez más, los rostros de la gente, objetivo que reconocemos como nuestro, sobre todo si va acompañado de sonrisas tan frescas, como las de esta fotografía.






Encontrándonos una vez más, como en los porches de las escuelas y en tantos otros lugares, al poeta y pensador José Martí. 

¿Qué pensaría hoy, José Martí, si se paseara por la Habana, un día cualquiera?




Aquel mismo día, en la Plaza de la Revolución, encontramos el rostro emblemático del Che Guevara con la no menos emblemática frase de "Hasta siempre comandante", y yo recordé y recuerdo emocionada, que su rostro noble, acompañó mis sueños de adolescente que quería cambiar el mundo y que, durante mucho tiempo, su fotografía (junto a la de James Dean) estuvo en mi cuarto, inspirando mis pensamientos, que volaban más lejos de lo que nunca han volado.





Nos despedimos ya en este blog de Cuba y de nuestro viaje a la isla hace ya unos cuantos años. He querido revivirlo con las viejas fotografías, para así poder tener un pequeño recuerdo a través de este personal relato.

Dos imágenes perduran en mi de Cuba.

La primera se pierde en Santiago, en aquella noche estrellada en la que junto a unos músicos, cantamos canciones de Silvio Rodrigo y Pablo Milanés, dirigidas directamente a la luna, desde la azotea de una casa en ruinas.

La segunda, está en la Habana, en un Callejón lleno de ritmo en el que se lanzan plegarias a Yemayá, para que detenga la lluvia en una tarde de domingo.

 Alegre y plena, como sólo en Cuba, dejando que la música invada los espacios.





Como sólo en Cuba.


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