BIENVENIDO

Después de un largo camino, siempre es agradable conversar... aunque hay veces que el silencio es más sugerente.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ámsterdam sin prisas IV


Lunes 25 de junio de 2012

A pesar de las oscuras previsiones (99% de probabilidad de lluvia) no nos ha caído en el día de hoy ni una gota. Lo que sí ha hecho es un poco de frío, pero podemos decir que hemos podido afrontar la jornada con más dignidad que la de ayer, completamente pasada por agua.
Precisamente ayer, pasábamos como por casualidad por el Barrio Rojo, pero hoy por la mañana, será nuestro objetivo inicial.
Así es que puestos en marcha, nos disponemos a hacer una visita mañanera al Barrio más famoso y visitado de la ciudad. Un lunes por la mañana, no parece que vayamos a tener ningún problema al transitar por sus calles.


Desde la emblemática plaza Dam, tomando a la izquierda el hotel Krasnopolsky, entramos en la calle Warmoestraat. A pesar de ser una hora temprana, ya está bastante animada y los locales de venta de artículos eróticos de todo tipo, así como clubes o los coffee shops con la típica hojita de marihuana en la puerta, si bien no están a pleno rendimiento, tampoco parecen estar dormidos.

En realidad hemos venido a ver el Barrio Rojo, porque hay que verlo, pero también porque queríamos hacer una visita a un lugar (una iglesia, sí, una iglesia) que se encuentra precisamente en el corazón de este barrio.


Concretamente en la calle Oudezijds Voorburgwal, número 40, hay un museo: El Museo Amstelkring y, en su interior, se puede visitar la llamada Ons’Lieve Heer op Solder, o lo que es lo mismo: la iglesia de Nuestro Señor en el ático.  

Mi guía (“Amsterdam de cerca” de la Lonely Planet, muy buena y práctica) instaba a no dejar de hacer una visita a este curioso lugar y, tenía razón.


La historia de esta iglesia, se remonta a la época en que el culto católico estaba prohibido en Holanda, lo que sucedía aproximadamente en 1661, durante la época del culto calvinista. 

Aquí hubo un personaje (un tal Hartmann) que fue capaz de construir una iglesia oculta en los pisos superiores de una casa, con vistas al canal.


Unas estrechas y laberínticas escaleras, te llevan a los diferentes espacios de la vivienda y de la sorprendente e imposible iglesia, que contaba con dos plantas y órgano. 




A pesar de que se encuentra en pleno proceso de restauración, la visita, en la que te dan una audio guía en castellano, resulta de lo más interesante y curiosa. Para mí, lo mejor, la autenticidad de los espacios.




 El olor a antiguo te lleva a épocas pasadas y esperemos que, tras la restauración, éste se conserve.  Las explicaciones son también muy sencillas y concretas.

Visita recomendable.

A la salida, más ambiente todavía. Hasta el momento, no hemos visto a las famosas chicas de los escaparates. 




 Como tenemos también previsto visitar la Oude Kerk, ahora, de pronto, junto a la iglesia, encontramos algunas. Pasamos rápido, aunque creo ver a mis hijas que las observan por el rabillo del ojo, sin decir nada. 

Finalmente, sin entrar a la iglesia, que es de pago, decidimos que mejor nos vamos a otra parte.


Pero antes, encontramos en el suelo, algo que nos llama la atención...


Repetimos itinerario por el Barrio Chino, pasando nuevamente por el templo budista, por de Waag y llegando en escasos minutos hasta la Rembrandtplein. Es increíble lo cerca que está todo aquí. 

Ayer domingo, no había nada de particular por aquí, pero hoy está en pleno funcionamiento uno de los mercadillos más famosos de la ciudad, el Waterlooplein; viene a ser un rastro con un cierto aire hippie en el que nos entretenemos un buen rato, y compramos algún regalo. 


Ya puestos, vamos a dirigirnos a otro mercadillo, aunque más bien, la intención es conocer un Ámsterdam algo más desconocido y poco visitado. Se trata del Dappermarket, muy recomendado en la Lonely Planet … pues, vamos a verlo.

Nos cuesta llegar hasta esta parte de la ciudad, bastante alejada. Además, que nosotros somos de ir a todas partes andando y eso, aunque no haya distancias, termina por cansar. 

Dejamos atrás el jardín botánico, así como el zoo.



Y por fin, tras atravesar amplias y desiertas avenidas, volvemos a encontrarnos con el elemento humano.



 Llegamos, por fin, al Barrio en que se ubica este mercadillo, aunque, antes de comenzar a explorar este espacio, tomamos una comida rápida en una cadena holandesa dedicada a estos menesteres, que hemos visto en varios puntos de la ciudad y se llama “Febo”. No está mal. En el establecimiento, hay una multiculturalidad sorprendente, reflejo de la población multiétnica del barrio.

Comienzo a comprender que, simplemente, nos hemos acercado hasta una de las zonas  de mayor concentración de inmigrantes, de toda la ciudad. Los rostros han cambiado. Árabes y orientales en su gran mayoría, son los habitantes del este de Ámsterdam. 

Nos recorremos el mercado, de arriba abajo. No hay que mirar las cosas, no tienen nada de particular, hay que observar a la gente y tener así una visión, diferente y más real, de una ciudad de la que sólo conocemos su parte más típica.



Ya que estamos por aquí, nos vamos al Oostepark. Me gusta cómo están concebidos los parques en Ámsterdam. De una manera muy salvaje, nada sofisticada. 


Hectáreas de terreno con césped y arboledas. Un gran lago. 


Perfecto para pasear, para reunirse, para jugar, para evadirse de la urbe, para estar. Además, el Oostepark, a diferencia del masificado Voldenpark, está casi vacío. 

Descubierta la zona de juegos, nuestras hijas quieren probarla durante un rato. Las dejamos. No sabemos si es pronto o tarde. No tenemos prisa, aunque yo si tengo algo de frío, por lo que tampoco prolongamos demasiado nuestra estancia aquí.

Pues casi hemos terminado ya nuestra jornada. Al estar en el otro punto de la ciudad, vamos a ponernos en marcha despacito, de nuevo, hacia el norte. 

Pasamos por lugares que ya se nos van haciendo familiares.  Todavía hay gente en el Waterlooplein; los Barrios Rojo y Chino, están a tope, así como la plaza Dam. 

Paramos un rato en una cafetería llamada “Metropolitan” a tomar un chocolate y unos gofres. Están buenísimos. Hay españoles y nos hace reír una señora que intenta que la dependienta le entienda hablándole en castellano: “quiero un vasito de water, que tengo el gofre aquí mismo” decía, señalándose la garganta, ante la mirada atónita de la dependienta.

Entramos más tarde al edificio comercial de “Magna Plaza” que, a pesar de su suntuosidad, no tiene nada de especial en el interior, aunque es muy elegante, eso sí.



Así vamos encaminándonos hacia casa, parándonos aquí y allá y, muy especialmente en un supermercado “Albert Cupjmarket” una cadena que te vas encontrando por todas partes y que, para nuestro asombro, tiene un amplio horario comercial, incluidos los domingos.

Se acabó el día y tenemos un buen rato aún en el apartamento, algo inhóspito, algo frío, que temporalmente es nuestra casa.

Mañana las previsiones anuncian un día de sol (no hago más que mirar el tiempo como una obsesa y voy modificando planes, según pronósticos). 

Así que decido que en nuestra siguiente jornada, toca salir (por fin y sospecho que por única vez) de la ciudad.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ámsterdam sin prisas III


24 de junio de 2012

Las cosas empiezan a torcerse… y es que, cuando el tiempo no acompaña, todo se estropea un poco (o un mucho). Nos levantamos con un panorama desolador, llueve a cántaros y hace frío.

Intentamos no desanimarnos y ponernos toda la ropa de abrigo que tenemos. No pensábamos tener un tiempo tan malo, la verdad. Así es que, hay que recurrir a ponerse una camiseta encima de otra, más jersey, más chubasquero, armarse de valor y salir a seguir conociendo la ciudad.

Por supuesto, descartamos salir de Ámsterdam con este 98% de posibilidades de lluvia que teníamos en las previsiones y que se cumple religiosamente.

Nos encaminamos hasta la estación central hasta a la izquierda de la Prins Hendrikkade, que es la gran avenida que está justo delante de la estación, nos dirigimos hacia la derecha, donde las cúpulas de una gran iglesia nos llaman la atención. 



Se trata de San Nicolás, de culto católico, y tiene aire de templo ortodoxo. San Nicolás es el patrono de la ciudad y, desde el siglo XIX es el encargado de llevar regalos más o menos hacia el 6 de diciembre, a los niños holandeses. Por cierto que llega desde España.  

Hoy domingo, hay una misa en castellano, que congrega a toda la población latina en Ámsterdam que desea tener una misa en su lengua. Es a las 13.00 horas, pero nosotros llegamos muy pronto y, aunque también hay una celebración, es en holandés. 

Eso nos impide ver bien la iglesia en su interior, pues están prohibidas las visitas turísticas mientras hay misa. Así es que entramos unos minutos a verla, desde el fondo. Nos quedamos más de lo habitual, porque estamos empapados y, cuando nos parece, nos vamos.



Si seguimos por la calle Zeeddijk


      y encontramos alguna cosa curiosa, como la Capilla de San Olaf (que para visitar precisa entrar al hotel Golden Tulip) y el típico edificio en forma de castillo de “De Waag” construido en 1488, que funcionó, a mediados del siglo XVII como casa de pesaje de mercaderías. Hoy es un bar restaurante.



Esta calle, también es una especie de “Chinatown”. Efectivamente hay muchos restaurantes y establecimientos comerciales chinos. Por haber, tenemos hasta un templo budista, pero en este momento está cerrado.



 Toca mojarse y pasarlo de largo.

Hoy, domingo, es día de mercados de arte y antigüedades. En esta zona hay uno, el Niewmarkt, pero no hay mucha gente visitándolo con el agua que cae. Tampoco a nosotros nos apetece mucho, la verdad.

Intento seguir un itinerario, pero resulta complicado. Seguimos por la calle St. Antoniesbreestrat para acercarnos hasta la Zuidekerk, primera iglesia construida para el culto protestante en los primeros años del siglo XVII. Cerrada. Cerrada igualmente la Biblioteca Pública Pinto, que funciona en la casa de la familia judía Pinto, proveniente de Portugal. 

No hay visitas, apenas fotos... 

Encontramos una plaza que nos gusta...



En la que hay unos curiosos sofás de piedra.


 

Todos me miran cómo esperando que les diga adónde vamos ahora… y yo ya no tengo ni idea, sinceramente. 


Entonces veo un grupo de turistas que se meten en un edificio… claro, la casa de Rembrandt (Rembrandthuis). Allá vamos.

No estaba planeada la visita. Pero la que fue casa del artista y su taller, es una interesante posibilidad para un día de lluvia. 

La visita incluye una audio guía en español que te va conduciendo por las diferentes salas. 

En los diferentes pisos, se van viendo, desde las habitaciones que servían para vivienda del pintor, con muchas curiosidades, como las camas metidas en armarios, en las que dormían sentados,  hasta sus colecciones de animales o su taller, del que han intentado hacer una reproducción exacta, según los propios dibujos del artista. 




También hay alguna demostración de cómo pintaba y algún audiovisual. Lo que me pareció que había poco, realmente, es obra pictórica. Hay una simple muestra de obras, tanto de él mismo, como de sus discípulos, y una exposición de  grabados. 

Compramos un libro sobre Rembrandt con actividades, para las niñas (yo siempre espero que de estas visitas algo les quedará) y nos volvemos a mentalizar de que tenemos que salir a la calle, a ver qué pasa con este tiempo de perros que nos hace.

Sigue igual. Horroroso. Lluvia y viento a partes iguales. No se puede estar al descubierto. Entramos a unos grandes almacenes que tienen una parte para comer y, como ya se acerca la hora, tomamos algo rápido para reponernos y estar en caliente un rato.

A la salida, comprobamos que estamos en los límites del Barrio Judío.  Había en Ámsterdam unos cien mil habitantes, que fueron deportados durante el Holocausto. Algunos regresaron. 

Un rayito de sol despistado nos permite hacer alguna foto de la zona, tampoco demasiado conmemorativa.




Pensamos que, ya que estamos aquí, lo más razonable es hacer la visita a la sinagoga portuguesa, ya que la tenemos al lado. Compramos la entrada que incluye visita al Museo histórico Judío, que visitaremos otro día, ya que la entrada es combinada y puedes usarla durante un mes.

La Sinagoga portuguesa, se construyó a fines del siglo XVII, en estilo barroco. Es sefardita. Parece ser que Ámsterdam fue un destino atractivo para muchos judíos que llegaron desde Portugal, tras su expulsión en la misma época en que los Reyes Católicos hacían lo propio con los judíos que vivían en España. 



Es grandísima y pueden visitarse todos los aposentos que la rodean. 

Los diferentes cuartos para ceremonias o ritos preparatorios, la sinagoga de invierno, biblioteca, la zona reservada a las mujeres...


O la cámara de los tesoros que guarda algunos objetos relativos a las celebraciones judías.



Tenemos que ir guiándonos por un pequeño folleto en inglés, pero bueno, más o menos, se puede ver bien por uno mismo.

Efectuada, con calma, la visita… adivinad… sigue lloviendo. Tenía una posibilidad guardada para un caso de desesperación. Ir a la biblioteca. Cierran a las diez de la noche. No nos queda otra.

Desandamos el camino que hemos hecho por la mañana, para llegar hasta aquí y nos vamos por donde hemos venido. La única sorpresa que tenemos en el camino es que nos encontramos el templo budista abierto.



 Aprovechamos para verlo. No tiene nada de particular, más bien un cierto aire comercial, aunque es empleado para el culto. 

Una de las vigilantes insiste en que le pongamos una candelita a un Buda, con nuestros nombres y deseos. Son tres euros, pero no tengo voluntad para negarme y ahí estará la candelita en cuestión, en recuerdo de nuestra fugaz visita.



Se ve el Barrio animado, a pesar del mal tiempo. Ámsterdam es un destino perfecto para grupos de jóvenes y, por las fechas en las que estamos, muchos lo han elegido como viaje de fin de curso.  

Para ir a la Biblioteca municipal (O.B.A.) tenemos que ir nuevamente a la altura de la Estación Central y seguir hacia la derecha, cruzando el muelle. 

Encontraremos algunos edificios modernos o simplemente curiosos como el “Sea Palace” un restaurante chino de gran espectacularidad...



... o el NEMO, un museo interactivo que, dicen, resulta de gran interés y es muy didáctico. 




Nosotros nos quedamos un poco antes, en el gran edificio de la Biblioteca. Una de las más grandes de Europa. Con varias plantas y, como todo en Ámsterdam, de un eminente espíritu práctico.

La planta baja está dedicada a los niños y allí se quedan nuestras hijas, entre sillones rojos gigantes, alguna escalera de caracol, y espacios varios en los que se disponen de manera divertida, todos los libros, con una sección incluso en castellano. 



Aparte, los peques tienen mesas para pintar, etc. Nadie les vigila ni les dice que no monten bulla, no es necesario, todos se portan más o menos bien (¿cómo lo consiguen?).


Mientras ellas se quedan a lo suyo, nosotros subimos hasta arriba, donde está el restaurante “La Place” que tiene aspecto de estar fenomenal y de arriba vamos bajando, curioseando un poco los diferentes apartados. 

La biblioteca está llena de estudiantes y de gente que está con los ordenadores, leyendo revistas o tumbados literalmente, en algunos de los asientos colectivos que se reparten por todas partes. 
Seguimos curioseando por el apartado de audiovisuales y, finalmente, nos quedamos tomando un café (también hay una pequeña cafetería) en la planta de las revistas. Se supone que hay publicaciones de todo el mundo, pero español, sólo encontramos un periódico de “El País” y de hace tres días.

No podemos quedarnos aquí eternamente y cuando ha transcurrido gran parte de la tarde, nos hacemos a la idea de volver a casa y mañana será otro día. 
A la salida, sigue haciendo frío, pero el tiempo parece haber mejorado un poco. 

Aprovechamos para callejear algo… aunque de pronto nos damos cuenta de que nos hemos metido en el Barrio Rojo, por la abundancia de sex shops y de público muy excitado, que pulula por aquí. 


Entre otras cosas nos encontramos con la famosa “Condonerie” y tras una explicación un poco tonta para mis hijas, que no entendían por qué tanta expectación ante el escaparate, hacemos la foto de rigor nosotros también, faltaría más. 

Ahora que ya vamos para casa, empieza a salir tímidamente el sol. Terminamos saliendo a la Plaza Dam y de ahí continuamos por una gran Avenida llamada Damrak en la que hay mucho ambiente y, alguna curiosa actuación callejera, que nos entretiene un poco porque, aunque el tiempo ha mejorado, nosotros tenemos más bien ganas de retirarnos, que el día ha sido duro.


Tomamos nota, además, del puesto de venta de patatas fritas más famoso de la ciudad, ubicado en la citada Avenida Damrak... pero será para otro día.


Vuelta a casa. Sabemos, nos consta, que en España hace mucho mucho calor, a estas alturas de mes; nosotros, aquí, en Ámsterdam, encendemos la calefacción en la casa, porque estamos helados de frío. 

Lo malo es que mañana, la cosa tampoco pinta mucho mejor…

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